Menuda conclusión más fuera de lugar en P-ÊM, ¿no?... A mí si me lo parece, vaya. Bastante bueno me parece el ejemplo que nos dio el genialgenístico (y mágico) compositor Ludwig van Beethoven con su Para Elisa. Ya hice una entrada sobre ello en 13.TRECE que sigo recordando. Es eso, nuestro caramelo en los labios, nuestro paraíso inalcanzable... Nuestra Elisa. Nuestro amor... Y como no sé nada más que decir, copiaré aquello que escribí un diecisiete de septiembre de dos mil diez a las cuatro y dos minutos de la tarde inspirándome en el Para Elisa de Beethoven. Entonces lo escribí casi por escribir, solamente fijándome en la obra de piano... Ahora tengo ya mi Elisa y puedo, tal vez, sentir un poco más hondo lo que un día yo escribí (¿pensando en ti como ahora pienso?... Ay, Goytisolo).
Todos tenemos la nuestra...
Todos tenemos una Elisa,
nuestra Elisa.
Eso que amamos tanto,
quizá en secreto,
y que nos inspira una inmensa belleza...
Pero también una eterna tristeza.
Ese algo inalcanzable y visible,
que nos alegra la vista
y nos araña el alma.
Esas notas sostenidas,
en una melodía sublime,
pero en un modo menor: triste.
Nuestra Elisa.
Todos tenemos la misma.
Y el maldito de Beethoven,
la supo inmortalizar
en algo tentadoramente emocionante.
En su Für Elise,
para Elisa.
Todos tenemos una Elisa,
nuestra Elisa.
Eso que amamos tanto,
quizá en secreto,
y que nos inspira una inmensa belleza...
Pero también una eterna tristeza.
Ese algo inalcanzable y visible,
que nos alegra la vista
y nos araña el alma.
Esas notas sostenidas,
en una melodía sublime,
pero en un modo menor: triste.
Nuestra Elisa.
Todos tenemos la misma.
Y el maldito de Beethoven,
la supo inmortalizar
en algo tentadoramente emocionante.
En su Für Elise,
para Elisa.
13.TRECE
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