lunes, 3 de junio de 2013

Primer pie en el futuro, amparado por el nombre de un escritor salmantino.

Está claro que P-êM no consigue salir de su bache. Pero, como cada vez que vuelvo tras un paréntesis gigantesco, hoy tampoco he venido aquí a hablar de P-êM...

El 31 de mayo de 2013, hace apenas tres días, me gradué. Obtuve la culminación de mi Bachillerato, y se podría decir que ya soy un bachiller, como aquel contra el que Don Quijote se batió en duelo por tierras catalanas. Han sido dos años, dos años que he pasado en los muros de un instituto que lleva por nombre el de un literato de Salamanca, dos años que se me han pasado como dos suspiros en el Juan del Enzina.

En septiembre de 2011, cuando me interné por vez primera en las clases de este instituto que no era desconocido para mí, jamás podría llegar a imaginar lo que me costaría irme dos años después. Venía del Jesús Maestro, un colegio que sigue siendo importante para mí..., pero, siento decirlo, me ha marcado mil veces más el centro de mi tocayo. No quiero desmerecer a ninguno de mis buenos amigos del colegio que vestía de verde y viste de granate, pero el Juan del Enzina me ha regalado cosas sin las que yo, hoy, no sería el mismo Johann Kalinor. Muchas entradas que P-êM tiene han sido gracias a este centro... Pero, sobre todo, muchos recovecos de mi corazón se han calentado gracias a la gente que allí he conocido.

Hay una sandía, una sandía con pepitas que conocí antes, en el Conservatorio. Una sandía que me acompañó un año en clase, y otro estuvo a pocos pasos de la mía. Una sandía rubia y que tiene un amor especial hacia mí como yo lo tengo hacia ella. Una persona que siempre me tendrá a su lado, disfrazado de melón, aunque vengan agostos secos que se empeñen en dejarnos sin una gota de jugo. Sabe que estoy aquí y que estamos unidos por algo mucho más fuerte que cualquier cosa que intente separarlo.

Hay otro chico, un mai frién dicen, que lo fue todo. Sabe de sobra a quién le debe unos cuantos deseillos aún sin cumplir, y sabe también que solo tiene que decirme unos cuantos para que se los realice también.

Una chica que es la vaquera más salvaje y fiera del Oeste, una Jessie que otros llaman pato y que a mí me gusta llamar Paty Patt. Las conversaciones que me ha regalado estos dos años en los que nuestra amistad se ha hecho tan fuerte como el lazo de dos cuerdas de dos vaqueros que se entrelazan mientras cabalgan en el aire, han sido tan reveladoras y tan reconfortantes para mí que no cambiaría ni una coma de los sentimientos que me ha transmitido, aunque hayan sido a las 6:00 de la mañana de vuelta de una fiesta de graduación o tumbados en una cama de Las Lomas hablando bajito. Cualquier momento vivido a su lado ha merecido la pena, y sabe que no hay nadie como ella, que vaya donde vaya en tres meses me tendrá conmigo. Solo hace falta buscar cualquier canción de La Oreja de Van Gogh y darle al play: mi esencia aparecerá junto a los acordes de los donostiarras allá donde ella esté.

Hay otro juguete. Otro muy especial. Tiene forma de dinosaurio, aunque yo sé que por dentro es toda una princesa. Trixie. Fue SuperÁgueda al principio, incluso llegó a ser Águeda Granger. Lo único que sé es que mi vida, con todas sus pequeñas desgracias, ha merecido la pena ser vivida por encontrarme a un ser tan extraordinario como ella, una persona que brilla con luz propia y que me deslumbra sin cegarme para admirar su luz. Sé que es perfecta, y ella también lo sabe. Combinamos nuestra perfección y salen cosas brillantes de esa unión, como homenajes a científicos, guiones de teatro y trabajos de varias asignaturas. No sé por qué extraña razón cada vez que pienso que se va 197 kilómetros lejos de aquí me entran unas ganas de llorar terribles. Es cierto que no compartiré su día a día, que no oiré su risa desenfrenada cuando nos pasen cosas absurdas, que no nos asustaremos cada vez que digamos las mismas palabras al mismo tiempo y coincidamos en cada gesto que queramos hacer, que no llegaré cada lunes a las 8:35 de la mañana para sentarme a su lado... Pero también es cierto que nunca la abandonaré, vaya a Salamanca, a Madrid o al fin del mundo, yo estaré ahí, en alguna parte. Cerrará los ojos y me verá haciendo el ganso como siempre, o contándole una confidencia, diciéndole que me he vuelto a declarar..., pero que por muchas veces que lo haga será ella la que guarde la llave de mi amor verdadero. La forma en que la quiero es más especial que las constelaciones y nos hicimos una promesa: no soltarnos, vivir mil y un momentos de los que aún no tenemos ni un tercio. La vida nos va a juntar muchas más veces de las que nos alejará, ya lo veremos...

No acabo aquí, hay una Barbie rubia y de ojos azules que jamás se ha visto en las fábricas. Compartimos un musical el año pasado que nos hizo reflexionar sobre los dos, hemos hablado y me ha escuchado, nos hemos hecho confidencias bonitas y sinceras. No creo que encuentre en mucho tiempo alguien tan original como ella y espero que jamás me olvide, dondequiera que vaya, porque yo jamás la olvidaré a ella.

Un mago que se escapó de Hogwarts también fue a parar al Juan del Enzina. Se llama Alberto, pero yo sé que su apellido real es Potter. Dice que le redescubrí la Magia, esa Magia que es protagonista de este blog, pero yo sé que es él quien me la inspiró a mí y que por eso le hice redescubrirla. Pocos abrazan como él, y pocos te dedicarán una sonrisa tan sincera como la que él dedica. Es un chico que merece la pena de verdad. De verdad.

Hay frutas que hablan solas, con su fragancia y su frescura. Ese es el caso de la kiwi más especial del mundo, esa que, aparte de hacer que te emociones cuando arranca las notas del piano, sabe dar los besos más sonoros que jamás haya escuchado. Su amor y su sonrisa te enamoran en un abrir y cerrar de ojos y nunca podrás evitarlo, por más que quieras. Si compartes con ella un viaje a Ámsterdam o a cualquier otra ciudad, verás que no miento cuando digo que no hay otra como ella, que es la mejor kiwi del mundo.

Muchas más personas. Una chica que es una Lija, Lagartija, Canija, juega a la Ouija, tendrá Hijas y muchas cosas más. El otro día me acordé de una cosa especial vivida con ella que ahora no soy capaz de volver a traer a mi mente, pero estoy seguro de que alguna vez me acordaré y sonreiré al volver a ver en mi memoria su risa. Me ha regalado muchísimos momentos de relax y de felicidad, y aunque estemos muy lejos y no sepamos ponernos en contacto, yo siempre tendré conectado su corazón a su risa... Una chica que presentó conmigo esta graduación, que se empeñó en hacer que me emocionara con sus poemas, una chica que no sabe lo grande que es porque aún no se ha dado cuenta. Espero con todo mi corazón que llegue muy, muy lejos y que yo pueda felicitarla personalmente cuando logre uno de sus sueños, o todos, que los va a lograr... Mis chicas del colegio, las tres que me han acompañado desde hace mucho. Dos que llevan siendo del A toda la vida, y que seguirán siéndolo en mi corazón. Otra que vino más tarde al Jesús Maestro y que se hizo de la familia. Dos vienen también a teatro conmigo y han hecho que cada viernes me vuelva a sentir en casa, haciendo una de mis pasiones, convirtiéndome en un personaje diferente cada semana. Han hecho que nada cambie entre nosotros, que podamos decirnos mucho en una mirada aun sin hablar a diario. Gracia y Carmen hacen de cada momento absurdo uno con todo el sentido del mundo. Y Helena, claro está, con su sonrisa y su originalidad, y su mano dibujando que ni el mismísimo Dalí. Ellas me han regalado un poco de buena nostalgia.

También hay alguien, o álguienes, más pequeñitos, pero que es imposible que deje de citar concretamente porque en estos últimos meses han sido imprescindibles para mí. Un chico que se apellida en la onomástica, y que hizo de un científico adolescente, me ha traído de vuelta a mi corazón un sentimiento que hacía mucho que no sentía. Le tengo mucho que agradecer, mucha entereza y mucha valentía por su parte de aceptar al verdadero Johann Kalinor, que no se muestra tan desnudo ante todo el mundo. Le debo una incipiente amistad que espero que dure mucho, mucho tiempo. No sabe lo que vale, y espero que deje que yo se lo enesñe... Otro, que fue el decimoquinto en descubrir mi verdadera esencia, mi fondo más profundo. Uno que no es locuaz cara a cara, pero que te escribe y te deja sin palabras diciéndote lo que piensa de ti, las cosas tan bonitas. Jamás pensé que una persona como él pudiera convertirse tan importante para mí en tan poco tiempo, que le dejara explorar toda mi alma y que él me dejara explorar la suya. Sin duda, es una de las personas que no quiero perder en mi vida, y a la que he aprendido a querer en un tiempo récord, récords que nuestra amistad especial de Peu-Decimoquinto romperá y muchos. No hay nada más gratificante que hablar con él de ciertos temas...

Se me escapan miles de personas, estoy seguro. Miles de pequeñas personas que han hecho del Juan del Enzina mi segunda casa, y no miento. Cada vez que pase por allí y ya no pueda atravesar sus muros porque no soy alumno, me entrará una nostalgia de una casa que va pasando de dueño en dueño cada año, cada temporada. Doy las gracias a algunos profesores que me han marcado mucho, y cuyas enseñanzas llevaré impresas en mi alma hasta el día de mi muerte. Doy las gracias a los alumnos que han hecho de cada momento uno especial, y aunque no los haya nombrado aquí, que tengan por seguro que están en mi corazón hoy y siempre... A todos los que he nombrado no existen palabras para definir la tristeza que me da tener que irme de aquí y que otros tengan que irse.

No quiero. Quiero detener el tiempo y seguir viviendo en este ahora. Quiero que todo vuelva. Quiero volver a abrazar a mis compañeros llorando de emoción porque cada uno nos vamos, nos hacemos mayores sin haberlo imaginado, nos abandonamos a un futuro muy incierto. Os quiero. A todos. Os quiero mucho...

Quién me diría a mí que iba a sufrir tanto por este maravilloso Juan del Enzina en septiembre de 2011.

Futuro, ¿estás preparado? Porque entro en ti con sentimientos preciosos gracias a dos años, a dos años amparado por el nombre de un escritor salmantino.