sábado, 26 de noviembre de 2011

Me diste tanta vida con tan poco de ti.

Necesito ese día 25 de noviembre entre mis recuerdos; volver a revivir la amistad sin nada a cambio. Una sonrisa, sin palabras, y un abrazo.

Alegría sin prisas de una gran satisfacción, en el centro del mundo por un segundo estaba yo. Ni Madrid ni Nueva York, ni la constelación del Gran Can Mayor, se comparan a lo que por un segundo sentí yo. Arde el suelo y ladra el cielo, inaudiblemente se oye el temblor; solo dos cerebros oyen la música, uno de los cuales era yo. El tiempo eterno se detiene en los instantes de calor, la fuente vital se abre paso y prematuramente la frené yo. Las palabras lo estropean y a veces son torpes, sin valor, pero el entendimiento estaba cerca: lo pude tocar yo. Jamás sentirá la ciencia estas cosas, mutuo amor por un árbol cantor; solo dos cerebros que entonces volaron gráciles, igual que vuela un azor.

Entonces mi vida retomó la fuerza. Bastó con un poco de amor. No ese amor del que te sufre. Ese amor que te da calor.

viernes, 11 de noviembre de 2011

De León, de Extremadura...

Es de sobra sabido que hoy no es un día como otro cualquiera. Hoy es el 11 de noviembre del 2011, o en otras palabras (más bien números) el 11 del 11 del 11: 11/11/11. Es el cumpleaños de mi tía-abuela Aurora, que ya cumple un porrón de añitos; en la capital palentina celebrará su aniversario.

Y hoy que es un día diferente, me apetece hablar de una historia diferente...

Este verano en mi pueblo, Portilla de la Reina, me enteré de una historia sobre un antepasado mío. Resulta que el bisabuelo de mi abuela, llamado Santiago Martínez (el primer antepasado de tierras portillanas que conozco se llamaba como yo, Juan Martínez, y nació por el 1650), era un montero; esto es, el administrador de un gran señor que tenía muchas tierras, entre León y Extremadura. En casa de mis tíos hay una foto que le hicieron en la que aparece con un frac, un bastón y un reloj de bolsillo: para la época, eso daba un porte inimaginable en sus compadres de la montaña. Santiago iba y venía todos los años de Extremadura a las montañas cantábricas, donde tenía su familia... Cierto día murió, como a todos le llegó su hora. Pero no murió en León, en casa; murió al sur, en Extremadura. La noticia de la muerte de Santiago Martínez llegó a Portilla tres días después del suceso. Curiosamente, ningún portillano fue al funeral del bisabuelo de mi abuela y, a día de hoy, nadie en el pueblo sabe dónde se encuentra la tumba de Santiago. Todos intuyen que mi antepasado descansa en tierra extremeña, pero nadie ha ido personalmente a esas tierras que se extienden al sur de Salamanca.
Hay una parte de mi familia que afirma que Santiago Martínez llevaba una doble vida: en verano tenía su mujer y sus hijos en León, en Portilla (de los que yo desciendo); en invierno, su familia lo aguardaba en Extremadura. Al morir en Extremadura, su mujer y sus hijos extremeños lo acogieron y le dieron sepultura como es debido. Tal vez había alguien en Portilla que sabía lo que se traía entre manos Santiago y tal vez fue él quien recibió la noticia de su muerte en tierras lejanas... Quizá él comunicó a todos los allegados portillanos la mala nueva y disipó los deseos de las gentes del lugar en ir a visitar la tumba de Santiago Martínez: su paisano. Así, se aseguraba de que el señor montero leonés guardaba su reputación tanto en las montañas como en las dehesas... Pasaron los años e incluso una o dos centurias y el recuerdo de Santiago perduró, y también lo hizo el misterio sobre su vida y su muerte.
Aunque hay otra parte de mi familia que asevera con toda seguridad que don Santiago Martínez era un hombre leal y no hubiera sido posible que mantuviera una doble vida. Murió en Extremadura por el destino divino y si no se fue allí a llorarle fue porque, por aquel entonces, las comunicaciones entre regiones españolas brillaban por su ausencia. También es cierto que esta parte de mi familia es menos abundante que la que piensa que nuestro simpático tatarabuelo era un hombre en León y otro en Extremadura...

Es esa Magia que tienen las historias de intriga, que encierran un misterio sin resolver... Es esa Magia la que te atrae y la que te inunda de un espíritu de explorador que iría a Extremadura a investigar, a pasar una larga temporada buscando en archivos eclesiásticos, municipales... Para quizá dar con una mujer y unos hijos de Santiago Martínez nacidos extremeños. ¿Quién sabe? Tal vez tenga familia en Cáceres, en Badajoz, en Mérida. Tal vez cuando fui a esas ciudades me crucé con uno de los vástagos de Santiago Martínez, con sangre de mi sangre, y no me di ni cuenta. ¿Quién sabe? Igual hay alguien en Extremadura que cuenta que el montero Santiago Martínez tenía otra vida en las montañas de León...

sábado, 5 de noviembre de 2011

Con canciones de La Oreja de Van Gogh...

Hace exactamente 24 horas estaba en la cola para acceder al aftershow de La Oreja de Van Gogh. Hace exactamente 24 horas tenía el corazón latiéndome tan deprisa que ni podría describirlo. Hace exactamente 24 horas iba a estar cara a cara con mi grupo favorito.

Fue breve, sí. Éramos los últimos de todos y estaban ya cansados: no importó. Hablé bastante rato con Álvaro y con Leire, y me sentí realmente afortunado por poder compartir una charla de tú a tú con el grupo que me ha acompañado prácticamente desde la cuna... A mis ojos fueron las personas más encantadoras del mundo, pero me temo que soy completamente parcial al decir esto porque no puedo verles con otros ojos que no sean los míos, los de una personita que les sigue desde que era un enano y apenas sabía exactamente qué significaban las letras que repetía con una sonrisa en la cara, las letras de La Oreja de Van Gogh. Quizá estas cinco palabras sean las que más se han repetido aquí en Peut-être Magic, pero es que no podría ser de otra forma.

El concierto fue mágico. Pero realmente mágico, creo que el adjetivo mágico aquí es el más sincero de todo el blog. Tocar en el Auditorio imprimió una cercanía con el público que no se consigue en la plaza de toros o en la explanada. Las últimas canciones fui allí, a pocos milímetros del escenario y casi podía oír la voz de Leire sin ayuda de los altavoces. Empezaron con Día cero, una canción que me trae muchos recuerdos de Berlín (quizá porque esta se desarrolla en esa ciudad precisamente, qué inventiva que tengo eh). Luego tocaron Cuídate, y el Auditorio fue una fiesta, totalmente; siempre que tocan esa canción todo el público se alborota y se pone a cantarla con un sentimiento y una emoción dignos de admiración. Vestido azul nos sorprendió mucho, una canción que apenas se oye en los directos de La Oreja, pero sin duda la sorpresa padre fue Dile al Sol. Creo que nadie, absolutamente nadie, se esperaba que los cinco donostiarras iban a rescatar esa canción del cajón. Nadie. Fue el auténtico boom del concierto, todos estábamos impresionados cantando esa canción que había nacido en 1998. Recorrieron toda su trayectoria tocando Dulce locura, 20 de enero, Puedes contar conmigo, Inmortal o Soledad. Y también estuvieron Mi calle es Nueva York, La niña que llora en tus fiestas, Las noches que no mueren, Esta vez no digas nada... Hicieron dos canciones a la luz de una inmensa bombilla de atrezo, que les dio un toque aún más cercano y más cálido, dos acústicos. Paloma blanca y Deseos de cosas imposibles, esa mítica y preciosa canción del grupo. Aunque, sin lugar a dudas, la canción que dejó al público con el corazón en un puño y emocionado perpetuamente fue Jueves. Tan sencillo como piano y voz, nada más. Tras ellos, proyectado un vídeo de gotas de agua cayendo y resbalando sobre un cristal... Muy pocos se atrevieron a acompañarlos cantando, todo el público estaba sentado (nadie se levantó, y en todas y cada una de las otras canciones había varias personas de pie) con la emoción pintada en la cara. Fue soberbia, tanto, que todo el Auditorio irrumpió en un largo y prolongado aplauso que comenzó incluso antes de que acabase por completo la canción. A todo el mundo le dejó tocado... Pero después regresó la marcha y se despidieron con Cometas por el cielo, la canción que da título a su disco, y una de las canciones que mejor definen a La Oreja de Van Gogh y a su estilo: Pop, que todo el mundo cantó hasta desgañitarse. Y es que, cómo gana La Oreja en directo.

Verdaderamente sentí cada canción como parte de mí. Mi corazón latía al son de las teclas del piano de Xabi, del charles de la batería de Haritz, de los acordes de la guitarra de Pablo, de las notas del bajo de Álvaro y de la intensidad de la voz de Leire. Me sentí pleno: la plenitud volvió a inundarme. Y entonces recordé que, justamente desde junio en el concierto de fin de curso, allí en ese mismo Auditorio, no me había sentido pleno. Sonreí. Me di cuenta también de que he compartido escenario con La Oreja de Van Gogh, y no solo eso, también he compartido camerino con mi grupo favorito. Puede que sea una bobada cualquiera, pero a mí me llena de ilusión y me hace sentir mejor. Salté con cada canción y las canté todas, toditas, todas (excepto Jueves, claro, en la que no pude articular palabra). No recuerdo haber disfrutado tanto en ningún concierto de La Oreja. Como ya dije el aftershow fue breve, pero inolvidable. Pasé "a solas" unos minutos con ellos de cháchara y los saboreé con Magia.

He podido exagerar, he podido ser cursi, he podido ponerlos por las nubes... Desde luego no a mi parecer: a mi parecer he sido objetivo hasta el final. Si lo pienso bien, mi biografía se podría escribir solamente con canciones de La Oreja de Van Gogh... y eso solo es posible por esa especial Magia que me dan y que solo ellos saben darme.