sábado, 26 de mayo de 2012

Sentimientos escritos sobre pentagramas...

Y aquí estoy. Frente a la pantalla. Haciendo a P-êM un poquito más grande. Aquí estoy. Como hace un año, cuando escribí 'PLETÓRICO'. Intentando describir con palabras algo tan indescriptible como el Concierto de Fin de Curso del Conservatorio, en el Auditorio Ciudad de León. Algo que solo se puede definir con sonidos y palabras entre bastidores y camerinos. Algo que nos llena a cada uno de los que tocamos, a cada uno de los que vamos allí a unir el sonido de nuestros instrumentos o de nuestras voces para formar parte de un todo. Bajo la atenta mirada del director, bajo la entusiasmada mirada del público y bajo la nerviosa mirada de amigos y profesores, salen despedidas millones de ondas sonoras, que cubren por entero todo el escenario del Auditorio, la platea, el anfiteatro y la tribuna posterior. Mientras, a los laterales del escenario, otros instrumentistas esperan nerviosos a salir a ese escenario que se ha vuelto mágico, tan mágico que, en cuanto sales, vives la música de tal forma que los nervios se evaporan. Solo disfrutas cada nota, cada sonido, disfrutas aunque no toques, escuchando esa banda, esa orquesta, ese coro del que tú formas parte. Que aunque no se te escuche a ti en particular, ahí estás, dando una base rítmica, haciendo un pequeño acorde juguetón y a contratiempo, partes pequeñas pero imprescindibles; imprescindibles como todos y cada uno de los músicos que allí tocan, de los cantantes que sueltan su tremendo chorro de voz o de los coristas que entonan a la vez sus voces. Y, aparte de eso, los ensayos, desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche metidos en el Auditorio. Nuestra casa por un día cada año. Recorrer esos pasillos cuando no ha llegado nadie todavía, en silencio, pensando que en unas horas estarán llenos. Esos momentos en los camerinos. Esos momentos con amigos, amigos con los que me iría más lejos del fin del mundo, amigos como Lightyear, amigos como una buena sandía, amigos como the roughest toughest cowgirl in the whole West, amigos como mi oboísta preferida, amigos como nadie los tiene. Compartir con ellos el día. Que vayan a verte más amigos, amigos perfectos y amigos geniales; amigos como Trixie, como Potter, como un kiwi... Y vivir ese día. Un día que siempre supera sus expectativas. Un día que siempre ansío que llegue. Un día mágico, totalmente, uno de los más mágicos del año, sin duda. Un día que no me perdería por absolutamente nada del mundo, nada. Un día en el que te invade la nostalgia de los buenos recuerdos, los que desde pequeño has dedicado a este arte que es la música, tantos sacrificios, tanto esfuerzo invertido que, al fin, merece la pena. Entra por tus oídos y te reconforta, y vuelves a pensar que sí eres alguien en la Música...

Ahora quedan otros largos 365 días hasta que este día vuelva a repetirse, y es que la espera se hace larga. Aunque es cierto eso que dicen, que lo bueno se hace esperar. Yo quiero que este año pase como la centella, y que el tiempo se detenga en el Concierto de Fin de Curso del Conservatorio en el Auditorio Ciudad de León del 2013, que pase lento, y pueda saborearlo como el más exquisito de los caramelos. Porque el escenario, la música, los amigos y los aplausos causan en mí una sensación que solo se puede expresar sobre un pentagrama.

jueves, 17 de mayo de 2012

Tu valor es imaginario.

Cuando de repente todo se ha vuelto en tu contra. Sin darte cuenta. Un día normal, algo sucede y todo cambia. Lo que creías uno de tus sueños, el arte en el que poder disfrutar, todo aquello que creías estar haciendo bien, se desmorona. Con peso, cae todo de una vez, golpeándote como una pesada losa en la cabeza. Esas ganas de llorar que tienes que reprimir obligatoriamente porque no puedes llorar, no ahí, no así. Te dan por perdido. Te sustituyen. Te dicen que esperaban mucho más de ti. Te dicen que lo haces mal cuando creías que, al menos, lo hacías un poco bien. Te martillean. Te exigen. Te aprietan. Te amordazan. Te mienten. Te abofetean. Te señalan. Te dejan por imposible...

Momentos en los que no tienes rabia, solo ganas de llorar. Esas ganas de llorar que truncaste en ese momento inicial y que ahora, a pesar de que las ansías con toda tu alma, se resisten en volver para abrazarte y mecerte en tu propio llanto de no saber, de impotencia, de inmadurez, de delirio, de decepción contigo mismo. Y te planteas dejarlo todo, para siempre. Nunca fuiste una lumbrera, nunca fue donde destacaste, siempre te gustó y siempre lo admiraste; pero quizá deba limitarse a eso, admiración. Admiración por esas personas que son mejores que tú, capaces de compaginar su vida a la perfección. Despojo de todos los sonidos, naces tú. Te acostumbraste a la benevolencia cuando no era ese tu lugar. Por tonto, por ingenuo, por soñador y por creerte quien no eras, rodaste por el suelo hasta acabar en el lodo. Dejarlo todo. Todo. Apenas son dos horas las que disfrutas de todo el resto. Apenas dos de un total de muchísimas; las pasadas y las que aún por venir quedarán. Dos sonrisas, dos adelantes, dos que te aprecian. Nada hay en el resto. Solo vacío. Un vacío que deberías estar llenando y no lo haces...

No solo aquí, también en otros lugares, en otros corazones jamás entrarás por mucho que insistas. Mira a tu alrededor y pregúntatelo, ¿estás a gusto con tu vida? ¿Por qué todo es una cuesta hacia abajo de la que no ves la subida? La velocidad aumenta, en un movimiento acelerado que parece no tener final. Te dicen que lo dejes de lado, cuando los que te lo dicen son los primeros que se aferran a ello como a un clavo ardiendo, con sus brazos como tentáculos, asfixiándolo y regodeándose, pareciendo ensañarse en mostrarte que para ellos sí vale.

Y cada vez tienes más claro que tienes que huir de aquí. Huir. ¡Huye! ¡Huye en ese tren-bala que inicia un viaje que no tiene retorno! ¡Huye y llora por ello, llora por ellos! Todo se olvidará al final, no te preocupes. Valora, haz balance y descubre si el mal pesa más que el bien.

martes, 1 de mayo de 2012

El tesoro del viajero.

Cuando tu mundo se desmorona y piensas que te olvidaron. Cuando ves que a quien tanto quieres no puede quererte tanto. Cuando sientes que, quizá, no tengas aquello que tanto siempre has querido y anhelado. Cuando finjas un enfado que no existe. Cuando tengas miedo de perder aquello que te ata al mundo, eso gracias a lo que te levantas cada mañana...

--Mi mundo se desmoronó--dijo el viajero--allá donde reina la gran veleta. Se cayó por su propio peso y me vi en una vida sin sentido. Lloré y grité fuerte. Creí lejos a un amigo, el amigo por el que daría cualquier cosa. Pero no es de sabios dejar las cosas y el diálogo es una buena herramienta. La plática transcurrió y me di cuenta de que estaba en un error. Emocionados, nos abrazamos y reafirmamos nuestra muy buena amistad--el viajero se quedó pensando, luego añadió--: Es cierto que ciertos percances hicieron que desconfiara dos veces más, y que tensara la cuerda, puede que sin sentido. Lloré más y grité más. Y sequé mis ojos. Del lloro tan sincero que salía de mí, cada lágrima era una tonelada de amor. Lloré al conocer la verdad, fría como una lápida, de que no todo me sería confiado. Que estaba entregando más de lo que iba a recibir; pero me da igual, no puedo cambiar lo que siento. No es agradable ver que un amigo llora y su apoyo estuvo ahí, conocida la causa. Una mano conciliadora se posaba de vez en cuando en mí... Aprendí que nadie te pertenece, solo te pertenece la parte de esa persona que te quiere, solo te pertenecen sus sentimientos.

El viajero me enseñó que la amistad es demasiado valiosa. El viajero me enseñó que hay muchos amigos, pero pocos en los que puedes confiar, pocos que te quieren tal y como eres, pocos que guardan celosamente tus secretos, pocos que se preocupan por ti, pocos que te siguen haciendo caso pese a tu perseverancia, pocos que, definitivamente, realmente te quieren. El viajero me enseñó que hay que luchar por ellos, y no enfrentarte. El viajero me enseñó que hay que mimarlos, y hablar con ellos sobre las cosas que nos molestan. El viajero me enseñó que no se puede exigir a nadie su confianza en ciertos aspectos. El viajero me enseñó que hay que vivir con ellos y no dejarlos escapar. No alejarlos del lado de uno. Jamás. Porque, un amigo de verdad, por muchos que tengas en cualquier otra parte, es el mayor tesoro del mundo.