Y aquí estoy. Frente a la pantalla. Haciendo a P-êM un poquito más grande. Aquí estoy. Como hace un año, cuando escribí 'PLETÓRICO'. Intentando describir con palabras algo tan indescriptible como el Concierto de Fin de Curso del Conservatorio, en el Auditorio Ciudad de León. Algo que solo se puede definir con sonidos y palabras entre bastidores y camerinos. Algo que nos llena a cada uno de los que tocamos, a cada uno de los que vamos allí a unir el sonido de nuestros instrumentos o de nuestras voces para formar parte de un todo. Bajo la atenta mirada del director, bajo la entusiasmada mirada del público y bajo la nerviosa mirada de amigos y profesores, salen despedidas millones de ondas sonoras, que cubren por entero todo el escenario del Auditorio, la platea, el anfiteatro y la tribuna posterior. Mientras, a los laterales del escenario, otros instrumentistas esperan nerviosos a salir a ese escenario que se ha vuelto mágico, tan mágico que, en cuanto sales, vives la música de tal forma que los nervios se evaporan. Solo disfrutas cada nota, cada sonido, disfrutas aunque no toques, escuchando esa banda, esa orquesta, ese coro del que tú formas parte. Que aunque no se te escuche a ti en particular, ahí estás, dando una base rítmica, haciendo un pequeño acorde juguetón y a contratiempo, partes pequeñas pero imprescindibles; imprescindibles como todos y cada uno de los músicos que allí tocan, de los cantantes que sueltan su tremendo chorro de voz o de los coristas que entonan a la vez sus voces. Y, aparte de eso, los ensayos, desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche metidos en el Auditorio. Nuestra casa por un día cada año. Recorrer esos pasillos cuando no ha llegado nadie todavía, en silencio, pensando que en unas horas estarán llenos. Esos momentos en los camerinos. Esos momentos con amigos, amigos con los que me iría más lejos del fin del mundo, amigos como Lightyear, amigos como una buena sandía, amigos como the roughest toughest cowgirl in the whole West, amigos como mi oboísta preferida, amigos como nadie los tiene. Compartir con ellos el día. Que vayan a verte más amigos, amigos perfectos y amigos geniales; amigos como Trixie, como Potter, como un kiwi... Y vivir ese día. Un día que siempre supera sus expectativas. Un día que siempre ansío que llegue. Un día mágico, totalmente, uno de los más mágicos del año, sin duda. Un día que no me perdería por absolutamente nada del mundo, nada. Un día en el que te invade la nostalgia de los buenos recuerdos, los que desde pequeño has dedicado a este arte que es la música, tantos sacrificios, tanto esfuerzo invertido que, al fin, merece la pena. Entra por tus oídos y te reconforta, y vuelves a pensar que sí eres alguien en la Música...
Ahora quedan otros largos 365 días hasta que este día vuelva a repetirse, y es que la espera se hace larga. Aunque es cierto eso que dicen, que lo bueno se hace esperar. Yo quiero que este año pase como la centella, y que el tiempo se detenga en el Concierto de Fin de Curso del Conservatorio en el Auditorio Ciudad de León del 2013, que pase lento, y pueda saborearlo como el más exquisito de los caramelos. Porque el escenario, la música, los amigos y los aplausos causan en mí una sensación que solo se puede expresar sobre un pentagrama.
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