miércoles, 31 de agosto de 2011

El atardecer, sentado en mis rodillas, se come una naranja.

Estoy redescubriendo Dile al Sol, de (por supuesto) La Oreja de Van Gogh. La verdad es que el grupo donostiarra es mi favorito, el que me acompaña desde los tres años. De momento solo conocía al dedillo todos sus álbumes desde El viaje de Copperpot, álbum que, para mí, es el mejor de toda su carrera. Del susodicho Dile al Sol conocía apenas tres canciones: El 28, Cuéntame al oído y Soñaré. Pero me pregunté qué clase de fan de La Oreja era sin haber escuchado su primer disco, ese que les abrió paso en el mundo musical hasta ahora...

Dentro de poco van a sacar un nuevo álbum, Cometas por el cielo, que me va a gustar seguro; es de La Oreja de Van Gogh. A medida que ha avanzado el tiempo, la música de La Oreja se ha vuelto más comercial, sí. Lo reconozco, me encanta la música comercial, me pierde. No toda música comercial, claro; pero sí me gusta. Y no me parece mala música en absoluto. También me gusta la música no comercial y bastante, pero quizá no haya habituado mi oído del todo.

El caso es que, ahora mismo, mientras escribo, estoy escuchando canción a canción Dile al Sol... Y me está encantando. No, más que encantando. Se nota que la voz de Amaia es algo diferente, pero siempre así de característica. Me parece que tiene unas letras perfectas (como casi todas las canciones de La Oreja, la letra no falla) y unos sonidos francamente inspiradores. Estoy convencido de que Dile al Sol es muy mágico, mucho. Tiene esa Magia del primer disco, de la ilusión que seguro sintieron los cinco, de los nervios con el primer single... Que me está encantando, vaya. ¡Ah! Aclaro: que nadie se crea que nunca antes había escuchado Dile al Sol, sí, pero no entero de un tirón. Había escuchado una canción aquí y otra allá. Aseguro que he escuchado hasta la saciedad Soñaré, Dile al Sol, Cuéntame al oído, El 28... (una de ellas incluso la tuve de tono de llamada, fíjate tú) todas esas canciones me han acompañado desde siempre. Pero hoy, ya con una mente algo más madura que la mente que escuchó por primera vez este disco, he redescubierto el primer álbum de mi banda favorita. Me he topado con Dos cristales, Qué puedo pedir o El libro. Y la frase que he puesto de título, me parece, simplemente, sublime. Me encanta.
¿La canción a la que pertenece? Una canción, cómo no, magiquísima:




domingo, 28 de agosto de 2011

Me he enterado hace poco de que la Osa Mayor no es solo el Carro.

Sí, así es. Leyendo un libro mío de Astronomía me enteré de que la Osa Mayor es gigante, enorme. Que ocupa prácticamente casi todo el cielo visible. Yo siempre creí, desde pequeñito, que era solo el Carro. Esas siete estrellas que hacen esa peculiar forma y ya está. Pero no, es muchísimo más grande.


Ahí está: la Osa Mayor al completo.
 Qué cosa tan impresionante y tan sobrecogedora es ver el cielo estrellado de noche. Tantas estrellas, tantos puntitos de luz que son, muchas veces, mucho más grandes que nuestro cálido Sol. Tantos mundos en los que, ¿quién sabe?, talvez haya vida. Siempre me he preguntado si el Sol se verá desde alguna de las estrellas que tenemos aquí en la Tierra agrupada dentro de una determinada constelación. Igual hay vida en algún planeta que gira a su alrededor. Y, si es así, si el Sol estará dentro de una constelación en su sistema de ordenación de su cielo estrellado... ¿Y en qué constelación estará el Sol de ser así?...

El mundo de la Astronomía me parece alucinante y me encanta. Siempre, desde pequeñito, he querido hacer la carrera de <<Astronomía>>... Lástima que no exista ningún grado de esas características, de verdad que lo siento en el alma. No me cuesta en absoluto aprenderme los datos de cosas como el nombre de ese satélite de Júpiter que está compuesto por planchas de agua helada, los años que tarda Urano en dar una vuelta completa al Sol, cuántas veces es Betelgeuse mayor que nuestro Sol, cuál es la estrella más cercana a la Tierra después del Sol... Datos que, en cuanto los leo, se me quedan. Qué cosas. Será que me gusta tanto que no tengo ni que asimilarlo, lo interiorizo al instante.

Nadie puede negar que no es mágico esto que estamos viviendo, esta vida. Nadie pude negar que no es mágico que, por casualidades del destino universal, la Tierra albergue vida. Nadie puede negar que no es mágico que de una bacteria de apenas un nanómetro, evolucionásemos una especie tan compleja como es el ser humano. Nadie puede negar que no es mágico. Nadie. Por que es lo más mágico que existe en todo el Universo conocido. Aunque, pensándolo bien, el Universo es Magia pura. Las formas sugerentes que hacen las supernovas al estallar, el sistema de planetas, cometas, y demás astros que es capaz de formar una estrella... Podría estar aquí siglos diciendo cuáles son las maravillas del Universo, describiendo cada detalle mágico que posee.

Y, por cierto, estoy prácticamente seguro de que no estamos solos en esta gigantesca casa que es el espacio sideral. Es imposible, hay miles de planeteas parecidos a la Tierra... Aunque de lo que sí estoy seguro es de que ninguno es tan mágico como nuestro entrañable planeta azul.

miércoles, 24 de agosto de 2011

El Castiello, el Arca, el León y el Lirio...

...son los signos heráldicos que componen el escudo cuartelado de una villa de la Montaña Oriental Leonesa, de la Tierra de la Reina. Una villa, un pueblo con mucha y muy importante historia; mi pueblo, Portilla de la Reina.


Los susodichos Castiello, Arca,
León y Lirio. O lo que es lo mismo,
el escudo de Portilla de la Reina.

Hace poco han sido sus fiestas, que giran en torno a San Roque, el santo patrón de Portilla. Fiestas de las que he vuelto ya hace casi una semana. Y he tardado en escribir una entrada por razones que desconozco (bueno, alguna sí la conozco y se llama no-acordarse-de-repente-de-que-tienes-un-blog-que-atender... En fin). Allí he pasado momentos geniales e inolvidables, como todos los años en Portilla. Sin embargo, este año ha sido uno de los más especiales, si no el que más. A la vez han pasado cosas algo raras y extrañas que no esperábamos que sucediesen y momentos de reencuentro con personas que creía algo lejanas...

Siempre me pasa cuando voy a mi pueblo, cuando mejor me lo paso son los últimos días y nunca me quiero ir. Pero, pese a que me vaya un día antes (solo uno, ¡eh!) de lo que el resto de la gente se suele ir, al final el pueblo poco a poco va despoblándose para quedarse con los veinte habitantes que tiene durante el largo y crudo invierno de la Cantábrica leonesa. Eso sí, en cuanto empieza el verano (me refiero al verano portillano, que empieza a principios de julio), Portilla se llena. Pero se llena hasta arriba... Pasa de tener veinte habitantes a doscientos, grosso modo.

Recuerdo con mucha añoranza y morriña los días pasados en Portilla de la Reina. Son días en los que se alternan verano e invierno: por el día calor abrasador, por la noche frío glacial. Días en los que solo paro en casa para comer y dormir. Días en los que se alternan tardes amenísimas con familia y amigos. Días de fiesta y de jolgorio. Días de ¡¡VIVA SAN ROQUE!!... Días de Magia, de una Magia que solo se puede respirar y vivir en el pueblo. Una Magia que jamás encontrarás en la ciudad, solo en el campo. Magia como la que sentí aquel día en Vallorza, cuando escribí una entrada con mi móvil (me costó lo suyo) entre peñas, sentado en la verde alfombra de la hierba. Magia como la que sientes esas noches frescas pero totalmente despejadas, cuando puedes ver con una perfección suma cada constelación del firmamento, tumbado sobre unas eras con gente a la que quieres, sonriendo tímidamente sin querer al sentir a los demás observando y pensando en el cielo, en la inmensidad. Magia como la que es propia de cualquier fiesta, en comunión con todo el pueblo que, al final, son todos familia de sangre, unidos por lejanos antepasados.

Y, más concretamente, una Magia que sólo se puede sentir en Portilla de la Reina.

domingo, 14 de agosto de 2011

Un valle sinfónico.

No puedo aguantar, tengo que escribir esto. Estoy en el valle de Vallorza, uno de los circundantes a Portilla de la Reina, mi pueblo. Entre montañas, subiendo, te encuentras finalmente con una inmensa llanura con colinas, llena de verde hierba y pequeñas florecillas. Flanqueada por altísimas montañas, algunas cubiertas de matorrales perennes. Un riachuelo de poco caudal atraviesa esta llanura de extremo a extremo...

Se puede pensar que no es un paraje tan encantador como lo puede ser otro cualquiera, y es cierto: tampoco tiene nada de especial. Sin embargo para mí sí significa mucho. Es poco accesible (para alguien de ciudad, claro); el camino a él por todo el valle está plagado de abruptos repechos y zonas de lodo de lluvia. Después de subir la última y más empinada cuesta, se abre ante ti ese rincón lleno de Magia y serenidad, esa llanura tan especial para mí. Es un surtidero de muchas especies endémicas de plantas, como el té de la peña o el orégano de Portilla, que deben ser solo ahí recolectadas...

Me he sentado en una de las piedras que conformaban los algo elevados contornos del riachuelo y he hecho una cosa que hacía ya tiempo que deseaba hacer... Respirando hondo, reproductor de música en ristre, me he puesto los cascos para escuchar la exquisitez de la Sinfonía n.° 40 de Wolfy, o Mozart como se le suele conocer...

Sin estar del todo ajeno a los sonidos de la naturaleza, el del viento sobre todo, he experimentado un momento de plenitud en toda regla. Una plenitud inconmensurablemente mágica. Parecía que la brisa mecía los delicados tallos de las flores al ritmo que marcaban las cuerdas, que el agua del río correteaba en sintonía con las semicorcheas... Una libélula verde y morada remontaba el río con su calculador vuelo, batiendo rapidísimo sus alas en los fortísimos... Vi a un pequeño gazapo brincando en saltos chiquititos las pequeñas colinas del monte, cuando la sutil percusión se lo indicaba. Los renacuajos del poco caudal del río, se movían gráciles, pero despacio, al son de oboes, flautas y clarinetes... Yo mismo estaba prácticamente mimetizado con la naturaleza. Estaba tan quieto, concentrado en todo lo que acontecía a mi alrededor... que incluso el gazapillo se atrevió a quedarse un rato parado, mirándome con unos ojos negros como el tizón, quizá olfateándome.

Viví los siete minutos y medio que dura la Sinfonía de un modo que no olvidaré. Un modo distinto y mágico, magiquísimo. Viví siete minutos y medio de auténtica plenitud, plenitud que no siento muy a menudo y que cuando la siento... Soy casi Magia pura.

martes, 9 de agosto de 2011

Qué extraña sensación...

El viernes día 5 de agosto fui a ver Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, 2ª parte. Y no tengo palabras. Las palabras que tengo son demasiado vacías para expresar lo que he sentido viendo esta última película, la última ultimísima. Una película que, espero con toda mi alma (de hecho creo que ya estoy seguro), ha pasado a la Historia del cine como una de las mejores películas del siglo XXI; al igual que la saga de literatura de Rowling.

Paradójicamente, no puedo definir mejor esta película que con el adjetivo <<mágico>>... Pero Harry Potter se merece este calificativo por encima de todos, porque es la Magia la gran protagonista de toda la trama. Una Magia que me hace trasladarme completamente a ese mundo, que hace que quiera que yo no sea un muggle más. Se cierra una auténtica era de un modo perfecto: resolviendo todo... Sí, aún nos queda la intriga de si el pequeño Albus Severus estará en Slytherin o en Gryffindor (quién sabe, incluso igual está en Ravenclaw o Hufflepuff), pero nos queda un sabor de boca dulce completamente. Finalmente se aclara la inconmensurable benevolencia de Severus Snape (yo siempre supe que Snape era bueno, siempre), quien Harry al final honra por encima de todo después de creer desde su primer año que era un mago malo. Muere Lord Voldemort, el señor oscuro, muere intentando sobrevivir, intentando matar al único horrocrux que él no quiso crear: el propio Harry. Aunque, para que Voldemort muera tienen que morir personajes tan simpáticos como Dumbledore o Snape...

Una película que está llena de mágicos momentos en todos los sentidos. Momentos de amistad, de amor, de tensión, de emoción, de Magia física y tangible... Creo que Harry Potter puede enseñarnos algo, algo que cada uno debe buscar entre los fotogramas de esta entrañable película. Sinceramente, no se me ocurre qué mas poner de esta película que verdaderamente me ha conmocionado... En cuanto terminó, con esa escena de Harry, Ron y Hermione convertidos ya en adultos, una sensación de tristeza me recorrió. Siempre que ibas al cine a ver Harry Potter, siempre, tenías la sensación, la certeza de que iba a haber otra película más... Casi siempre salías del cine diciendo: <<Bueno, a ver cómo es la siguiente>>. Sabías que había más raciones de Magia auténtica asegurada. Ahora ya no. Se acabó, para siempre. Siempre podremos revivir cada uno de los momentos de Harry Potter viéndolos en nuestro acogedor salón de casa, siempre podremos pasarnos un día entero viendo desde la Piedra Filosofal hasta las Reliquias de la Muerte, sabiendo por qué el Sombrero Seleccionador eligió a Harry en Gryffindor, por qué Snape mata a Dumbledore... Entendiendo todo. Hace diez años, cuando se estrenó la primera película de Harry Potter, nadie podía imaginarse la trama tan complicada, tan entrelazada y tan espectacular que tendría el pequeño niño que sobrevivió. Una exquisita historia, mágica, magiquísima en todos los sentidos.

También la banda sonora es, sencillamente, perfecta. John Williams, el compositor, hace completamente que sintamos lo mismo que los personajes en la pantalla. Totalmente. Esa tensión que se puede cortar con un cuchillo, esa alegría desbocada que sienten después de un costoso logro, esa emoción irresistible que hace que las lágrimas caigan tímidas de tus ojos... La banda sonora de Harry Potter es, para mí, la mejor junto con la de Amélie. No creo que encuentre bandas sonoras más mágicas y más sensacionales que estas dos. Ya escribí una entrada en Mi piano está afinado en Re # mayor, hablando sobre esta auténtica obra de arte musical. Unas notas que ya están grabadas a fuego en muchas de las almas de los espectadores y de los cineastas... Unas notas mágicas que nos trasladan, ¿a Hogwarts quizá?