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Los susodichos Castiello, Arca, León y Lirio. O lo que es lo mismo, el escudo de Portilla de la Reina. |
Hace poco han sido sus fiestas, que giran en torno a San Roque, el santo patrón de Portilla. Fiestas de las que he vuelto ya hace casi una semana. Y he tardado en escribir una entrada por razones que desconozco (bueno, alguna sí la conozco y se llama no-acordarse-de-repente-de-que-tienes-un-blog-que-atender... En fin). Allí he pasado momentos geniales e inolvidables, como todos los años en Portilla. Sin embargo, este año ha sido uno de los más especiales, si no el que más. A la vez han pasado cosas algo raras y extrañas que no esperábamos que sucediesen y momentos de reencuentro con personas que creía algo lejanas...
Siempre me pasa cuando voy a mi pueblo, cuando mejor me lo paso son los últimos días y nunca me quiero ir. Pero, pese a que me vaya un día antes (solo uno, ¡eh!) de lo que el resto de la gente se suele ir, al final el pueblo poco a poco va despoblándose para quedarse con los veinte habitantes que tiene durante el largo y crudo invierno de la Cantábrica leonesa. Eso sí, en cuanto empieza el verano (me refiero al verano portillano, que empieza a principios de julio), Portilla se llena. Pero se llena hasta arriba... Pasa de tener veinte habitantes a doscientos, grosso modo.
Recuerdo con mucha añoranza y morriña los días pasados en Portilla de la Reina. Son días en los que se alternan verano e invierno: por el día calor abrasador, por la noche frío glacial. Días en los que solo paro en casa para comer y dormir. Días en los que se alternan tardes amenísimas con familia y amigos. Días de fiesta y de jolgorio. Días de ¡¡VIVA SAN ROQUE!!... Días de Magia, de una Magia que solo se puede respirar y vivir en el pueblo. Una Magia que jamás encontrarás en la ciudad, solo en el campo. Magia como la que sentí aquel día en Vallorza, cuando escribí una entrada con mi móvil (me costó lo suyo) entre peñas, sentado en la verde alfombra de la hierba. Magia como la que sientes esas noches frescas pero totalmente despejadas, cuando puedes ver con una perfección suma cada constelación del firmamento, tumbado sobre unas eras con gente a la que quieres, sonriendo tímidamente sin querer al sentir a los demás observando y pensando en el cielo, en la inmensidad. Magia como la que es propia de cualquier fiesta, en comunión con todo el pueblo que, al final, son todos familia de sangre, unidos por lejanos antepasados.
Y, más concretamente, una Magia que sólo se puede sentir en Portilla de la Reina.
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