domingo, 14 de agosto de 2011

Un valle sinfónico.

No puedo aguantar, tengo que escribir esto. Estoy en el valle de Vallorza, uno de los circundantes a Portilla de la Reina, mi pueblo. Entre montañas, subiendo, te encuentras finalmente con una inmensa llanura con colinas, llena de verde hierba y pequeñas florecillas. Flanqueada por altísimas montañas, algunas cubiertas de matorrales perennes. Un riachuelo de poco caudal atraviesa esta llanura de extremo a extremo...

Se puede pensar que no es un paraje tan encantador como lo puede ser otro cualquiera, y es cierto: tampoco tiene nada de especial. Sin embargo para mí sí significa mucho. Es poco accesible (para alguien de ciudad, claro); el camino a él por todo el valle está plagado de abruptos repechos y zonas de lodo de lluvia. Después de subir la última y más empinada cuesta, se abre ante ti ese rincón lleno de Magia y serenidad, esa llanura tan especial para mí. Es un surtidero de muchas especies endémicas de plantas, como el té de la peña o el orégano de Portilla, que deben ser solo ahí recolectadas...

Me he sentado en una de las piedras que conformaban los algo elevados contornos del riachuelo y he hecho una cosa que hacía ya tiempo que deseaba hacer... Respirando hondo, reproductor de música en ristre, me he puesto los cascos para escuchar la exquisitez de la Sinfonía n.° 40 de Wolfy, o Mozart como se le suele conocer...

Sin estar del todo ajeno a los sonidos de la naturaleza, el del viento sobre todo, he experimentado un momento de plenitud en toda regla. Una plenitud inconmensurablemente mágica. Parecía que la brisa mecía los delicados tallos de las flores al ritmo que marcaban las cuerdas, que el agua del río correteaba en sintonía con las semicorcheas... Una libélula verde y morada remontaba el río con su calculador vuelo, batiendo rapidísimo sus alas en los fortísimos... Vi a un pequeño gazapo brincando en saltos chiquititos las pequeñas colinas del monte, cuando la sutil percusión se lo indicaba. Los renacuajos del poco caudal del río, se movían gráciles, pero despacio, al son de oboes, flautas y clarinetes... Yo mismo estaba prácticamente mimetizado con la naturaleza. Estaba tan quieto, concentrado en todo lo que acontecía a mi alrededor... que incluso el gazapillo se atrevió a quedarse un rato parado, mirándome con unos ojos negros como el tizón, quizá olfateándome.

Viví los siete minutos y medio que dura la Sinfonía de un modo que no olvidaré. Un modo distinto y mágico, magiquísimo. Viví siete minutos y medio de auténtica plenitud, plenitud que no siento muy a menudo y que cuando la siento... Soy casi Magia pura.

1 comentario:

  1. jooooooooooooooooder pedazo de entrada me encaaaaaaaaaaaanta! que vocablo tienes my cousin ! jajaja en serio =O molaaaaa!

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