sábado, 30 de julio de 2011

De cómo un musical me hace divagar sobre la presencia del piano en la orquesta...

Hoy me vuelven a reconcomer varias frustraciones... Bueno, en realidad solo una. He vuelto a escuchar (por nonagésimo novena vez) el despiporre de Memory, del musical Cats. Cada vez que la escucho se me pone la carne de gallina, el pesterojo se me eriza, me cruza un escalofrío por el cuello... La Magia me recorre de extremo a extremo. Creo que es una de las canciones más mágicas y más bonitas de la música moderna. Es una de las pocas que me hace sentir bien, que me hace entristecerme y sonreír a la vez, es sencillamente perfecta y sublime. Si a eso le sumamos la interpretación que hacen los actores/cantantes en el musical, queda un marco inigualable...

Memory, esa canción que la desdichada gata Grizabella canta cuando todos la rechazan, cuando es una lacra para los Gatos Jelicales. Grizabella, que fue en el pasado el felino más glamouroso de todos los tiempos... Pero ella, con su voz, con su sinceridad desgarrante, con su tristeza, con su añoranza, les (nos) da una lección de humildad y de valentía.

Por lo menos así resumiría (muy resumida, yo de esta canción puedo hacer casi una tesis) la obra cumbre del musical... El musical Cats, que es, para mí, Magia en estado puro.

Bueno, pues a raíz de escuchar esta canción y de escuchar esa orquesta maravillosa y emocionante, esas cuerdas que arrastran mareas, esos vientos de misterio y de prestanza, me ha fastidiado mucho que yo jamás (hoy por hoy, nunca se sabe las vueltas que da la vida) podré llegar a estar ahí metidito entre la algarabía de arte que puede llegar a producir escalofríos y ponerte la piel de gallina... No en orquestas que resuenan triunfalmente, como lo hace esta. No. Porque soy pianista (bueno, aún no lo soy, estoy en proceso). Y, muy a mi pesar, el pianista es un solista. Solo actúa de protagonista cuando toca él solo, en cuanto toca junto a otro instrumento pasa a ser un mero <<acompañante>>, y cuando toca en la orquesta forma parte del conjunto. A mí en particular, me encantaría que la orquesta clásica tuviera no menos de tres pianos. Por varias razones:
  1. Los pianistas podríamos (podrían) sentirnos (sentirse) parte de una orquesta, de un conjunto de personas... Estamos (están) relegados a subir solos al escenario, y muchos queremos (quieren) que el piano sea un instrumento casi imprescindible en la orquesta.
  2. Muchos dicen que, cuando en la orquesta hay piano, solo hay uno porque tiene mucha sonoridad y si no, cubriría los demás instrumentos... ¡Já! Cuando hay un piano en la orquesta no se le oye ni aunque el pianista toque con cincuenta mil efes. No se oye. A él si que le comen; le comen las cuerdas, le comen los vientos, le come la percusión. Con dos pianos se oiría mucho más el piano, aunque se oiría muy por debajo del resto de la orquesta, por eso debería de haber tres pianos. Que toquen no muy forte, pero que haya tres, para que puedas saber cuándo toca el piano y cuándo no por el sonido y no porque veas al pianista bajar las teclas del instrumento.
  3. Además, si hay tres pianos, el pianista ya no se siente solo en la orquesta. Siempre hay más de un violín, más de un cello, más de un oboe... Así comparten instrumento, comparten partitura, comparten dificultades, comparten incluso amistad. Debido a que solo hay un piano en la orquesta (cuando se requiere de los servicios pianísticos), el pianista está solo ante el resto. Solo él representa a su instrumento, no hay nadie más que le acompañe. Injusticia total.
Bueno... Buf, me he cansado hasta yo de argumentar. Tras esto quiero decir que también me encanta oír a la orquesta, como hoy se concibe, sin piano, y que se me ponga la piel de gallina. Me gusta la orquesta, me encanta... Por eso me tomo tantas molestias en intentar que el piano sea uno más, ¿por qué tenemos que ser solistas? Queremos formar parte de todo un cojunto musical, nos gusta hacer música juntos. Porque solo así la música, al salir de los instrumentos con el sentimiento de todos, se convierte en Magia.

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