Aquí estoy, otra vez en España. De vuelta de uno de los viajes en los que mejor me lo he pasado de toda mi corta vida; mi viaje a Berlín, una ciudad apasionantemente mágica. Me recordó un poco a Viena, la ciudad de la que estoy enamorado. Como ella, tiene ese aire musical, histórico... Aunque se diferencian bien en que Berlín es la Prusia concentrada, y Viena es más común al resto de Europa.
¡Qué bien he estado en Berlín! Con mi familia: mis primos, que siempre hacen el viaje tropecientasmil veces más ameno y con los que he compartido un sinfín de momentos berlineses que ya quedaron en ese rincón cálido de mi corazón del que siempre hablo para no olvidarlos. Ataviados con chubasqueros mientras diluviaba en plena Puerta de Brandeburgo, probando rica comida alemana en tascas de la ciudad, intentándonos aclarar en el más que lioso metro de Berlín, siendo oyentes de un exquisito concierto en plena Catedral Francesa, haciendo tonterías por las calles berlinesas, recorriendo los kilométricos parques de Potsdam... Un lujazo, tantos recuerdos que como siempre, siempre, siempre me pasa (no falla), esta entrada es apenas una migaja de todo lo que he vivido y todo lo que he sentido en este viaje a Alemania.
Mi subterráneo nivel de alemán ha servido para, por lo menos, poder pedir la comanda en la lengua germana... Aunque, básicamente, nos hemos comunicado la mayoría de las veces con el inglés.
Berlín es una ciudad muy relajada, creo que es una gran capital (gigante) sin un ápice de estrés (bueno, a ver... Igual algún ápice si que hay, vale...). No hay mucho tráfico, la gente pasea sin prisas, LOS SEMÁFOROS NO DURAN EN VERDE NI MEDIO SEGUNDO, en las cafeterías no hay agobios, en el metro la gente sale y entra con una parsimonia envidiable (se nota que los que éramos españoles entrábamos nada más se abrían las puertas del tren)... Hablando del metro de Berlín; es, francamente, el metro peor organizado que he visto. No he tenido absolutamente ningún problema en el metro de Madrid, nigún problema en el de Barcelona, ninguno en el de Londres, genial en el de Viena, todo bien en el metro de Washington, todo perfecto en el de Nueva York... ¡¡PERO EL DE BERLÍN!! ¿Alguien me puede explicar como POR LA MISMA VÍA, ya no estación, sino POR LOS MISMOS RAÍLES, puedan pasar CINCO LÍNEAS DE METRO DIFERENTES, que obviamente te llevan a sitios diferentes?... Uno de las pocas desventajas que le veo a la capital alemana.
La comida típica alemana estaba rica... Claro que tiene de variada lo que yo de cura: no busques más que salchichas y kartofeln (patatas) porque no hay más que eso. Salchicha, patata, salchicha, patata, salchicha, patata... Benditos restaurantes italianos que, estés en la ciudad que estés, siempre te salvan haciéndote variar un poco.
¿Y qué mas contar sobre Berlín y el viaje? Que me lo he pasado genial (eso ya lo he dicho), que me ha encantado todo. Muy emblemático el muro de Berlín, que te hace pensar mucho. Más bien yo creo que el muro de Berlín se ha convertido en un auténtico surtidor de Magia, un muro mágico para la ciudad... ¡Ah! Por cierto. Muy peculiares y muy majos los personajitos de los semáforos de Berlín, que no son como el resto. Hasta en esto es mágica y diferente Berlín. Son muy simpáticos y los berlineses lo toman como marca de identidad con orgullo. De hecho hay una tienda dedicada exclusivamente a estos muñecos, llamada AMPELMANN, que vende de todo sellado con estos graciosos hombrecillos.
Un viaje inolvidable y mágico. Mágico porque ha estado lleno de mágicas experiencias, de mágicas personas, de mágicos ambientes; y, sobre todo, mágico porque ha sido en una ciudad magiquísima.
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