viernes, 2 de septiembre de 2011

Lo abstracto de la contradicción segura.

Mientras las nubes se agolpan sobre el cielo de un otoño cercano, pienso. Las formas sugerentes que las bolas de vapor de agua forman al chocar, al revolverse, despiertan en mí un interés que está lejos de saber lo que a ellas acontece. Lo abstracto de reconocer grotescas figuras en el contorno de esos cúmulos de algo parecido al algodón a veces resulta absurdo, pero siempre lo hermoso se antoja quizá anodino. El recuerdo y las imágenes cruzan fugaces el cielo, abren un rayo en una nube y descienden de ella hasta mí. Veo el pedazo de papel intangible que trae el haz cegador de luz y reconozco aquello que en él está impreso. Me estremezco de pena y placer y una sonrisa estalla en mi boca, al tiempo que dos lágrimas psicológicas manan de mi lacrimal. Entonces, se repite la misma reacción: lágrima y sonrisa impactan en una supernova de sentimientos que trae consigo una bella ensoñación. Tonos de colores que no existen en el espectro visible crean una amalgama de pinturas que me impiden ver ahora el cielo encapotado. Me sumerjo en mi propio delirio y me olvido del mundo exterior, queriendo desechar el egocentrismo e invitar a la solidaridad. Intento zafarme, pero los sonidos de un instrumento que ni siquiera conozco me atrapan con la fuerza de un ciclón... Un instrumento que, probablemente, haya surgido de la supernova anterior, uno que solo existe en mi mente. Cruzo parajes familiares y desconocidos al mismo tiempo: colinas pastadas por caballos, tierras llanas donde siento clamores de guerra, cumbres inhabitables con rocas llenas de experiencia, trigales de campesinos adormilados, playas turquesas desiertas en las que quiero bañarme, bosques que son hogares de los embajadores de la Magia, cuevas oscuras que reflejan en sus estalagmitas la luz... La fotografía caída del cielo me acompaña, es un ángel que ha perdido sus alas y aún no sabe bandearse en el mundo terrenal. Me quiere y me rechaza, sabe que quiero ayudarle. Caigo entonces en la cuenta de que todo lo que creía que era producto de mi imaginación es la complicada mente del ángel. Tampoco es eso cierto del todo: es una mezcla de nuestras dos mentes. El cielo lleno de nubes anterior a su caída fue el preludio de un bello viaje que me arañaría el alma poco después. La abstracción deja su huella en sus ojos y en mi corazón éstos se hunden en lo profundo para no salir a flote jamás. Llevo mi mano a la región izquierda de mi pecho y ahogo un grito de dolor y alegría: he descubierto que el ángel que me acompaña es el mejor de su reino... Pero también ha rechazado mi ayuda. Finalmente un sopor que precede a un fuerte mareo me inunda, me hace saber que todo esto es una contradicción. Me quejo. Me duele la cabeza. Cierro los ojos... Experimento una sensación de aterrizaje, estoy tumbado. Me froto los ojos y me incorporo. Ante mí, un inmenso cielo grisáceo-azulado... Y, mientras las nubes se agolpan sobre el cielo de un otoño cercano, pienso.

4 comentarios:

  1. guau. qué modernista! está genial eh, ni Rubén Darío

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  2. Jajajaj, muuuuuuuuuchísimas gracias Helena ;)

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  3. Joder Juan, las que no tenemos el don de la palabra te veneramos/envidiamos

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  4. No es para tanto, mi querida amiga. Aun así mil gracias.

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