miércoles, 21 de septiembre de 2011

Hoy la música es amarga.

Se oyen gritos de felicidad apenas al doblar la esquina. Veo sonrisas que muestran la más alegre de las caras a su interlocutor, que también ríe. Respiro la felicidad en el aire y el rocío de la mañana parece que también está contento. El ambiente escupe esa impía alegría ajena, esa alegría que parece que contagia a todo el mundo menos a uno mismo. Una alegría que no estoy autorizado a sentir porque, quizá, no haya firmado aún el impreso que recoge las prohibiciones del afecto humano... La gente vomita risas a mi alrededor; yo, como un arrogante hipócrita, río también y finjo sentir la más plena de las algarabías. Soy cobarde, muy cobarde, porque no me atrevo a llorar con la cara descubierta. Creía ser uno más entre la humanidad, creía poder pasar a la memoria colectiva de nuestra inmensa especia como un creador de arte, creía estar al margen de toda esa estulticia adolescente... Pero soy uno más, una más de esas bocas mentirosas que muestran al mundo una sonrisa brillante y llena de buenas vibraciones. Hoy la Magia no me visitó porque no fui puntual en mis promesas, aunque en mi corazón son las más sinceras. Los sueños tan perfectamente formados en mi mente, tanto que puedo sentir cada abrazo y cada beso, se evaporan con la rapidez de una centella. La noche es cruel: bien lo sabe la luna, pinta todo de negro y todo es angustia pegajosa. Hoy la música es amarga porque no puedo sentirla con quien quiero. Hoy cada corchea me aguijonea el alma con su afilado corchete. Cada bemol se cuelga a mi corazón y cada clave de Fa obliga a mis ojos a fabricar lágrimas que crean ya surcos en mis mejillas. Se avecina un año de nieves perpetuas que no me dejarán ver más allá de la enorme montaña escarpada, una montaña que he tratado de subir varias veces y alcanzar su cumbre... Pero fantasmas que no habían sido llamados me empujan a la falda con dolor. Lo intento una y otra vez, no desisto, pues en la cúspide de esa pirámide de roca se encuentra una joya tan valiosa que ni es joya: es corazón de terciopelo. Desisto en mi intento porque sé que ya es imposible y me limito a observar ese corazón brillante desde el valle. Tengo a mi vista la cosa más hermosa del mundo, lo más bello que existió sobre la faz de la Tierra. Es una tortura china, como el agua en el Cañón del Colorado: siempre a la vista pero inaccesible. Y esa es mi condena: ver por toda la eternidad la hermosura más perfecta sin poder jamás llegar a tocarla... Y mientras, esa música amarga se introduce en mi tímpano para sangrar mi oído, mis ojos y mi corazón.

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