Y, como raros que somos, hacemos las cosas más extrañas que se puedan imaginar... Claro que como estamos acostumbrados a ellas no nos lo parecen tanto. Cantar en la ducha. ¿Por qué cantar mientras uno se lava, se asea, se acicala? No solamente cantamos cuando estamos bajo la alcachofa, claro está, pero nuestra voz nos parece en ese momento sacada de cualquier ópera, de la profunda campanilla de cualquier tenor o soprano. Tarareamos mientras hacemos una tarea monótona y que requiere, más o menos, poca dificultad. ¿Será una forma de singularizar lo anodino?... Reconocer figuras en las nubes. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? En esos cúmulos de vapor de agua que ni siquiera tienen intenciones, muchas veces vemos con suma perfección la forma de una ballena, o de una tortuga quizá; incluso a veces visualizamos complejísimas escenas en las que intervienen varios entes. Y lo bonito que es, la Magia que supone reconocer cosas en las formas cambiantes de las nubes... Muy bonito y muy romántico: típica acción de la pareja de enamorados que se escapan una tarde al campo. Tomar algo dulce después de comer. Bien es cierto que muchísimas veces no se hace así, pero ¿por qué dulce, por qué ese sabor? No solo en España, ni siquiera en Europa: la mayoría de las culturas así lo hacen. Infusiones, pasteles, frutas... Tal vez sea un deseo de que la jornada transcurra dulce, agradable, como el sabor que se te queda en la boca al finalizar la comida. Tal vez por eso no sea el amargo el sabor final, porque nadie deseamos una tarde amarga, de sufrimiento y angustia...
Raro es también esto que escribo sobre las cosas raras que hacemos nosotros, los raros humanos... ¿La Magia es rara? Probablemente sí lo sea, pero yo prefiero pensar que no. Que la Magia es mágica, no rara. Aunque, mirándolo bien, hay rarezas que son muy mágicas...
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