viernes, 30 de septiembre de 2011

Bien, bien, bien, bien.

Qué bien me siento. Sí, es muy simplón y poco profundo, pero es como estoy: contento. Claro que estoy feliz dentro del inconformismo en el que todo (o casi todo) ser humano vive: siempre queremos más y mejor, aunque lo que tengamos no esté nada mal. Sinceramente, en cierto lugar podrían haberme tocado unas muchísimo mejores circunstancias que no eran tan difíciles de cumplir, pero no estoy mal (aunque, inevitablemente, me queje).

Creo que el destino es muy inteligente. Nos complace en un modo que tardamos en ver y nos perjudica en aspectos que rápidamente distinguimos... El destino siempre equilibra la balanza: si te regala un ambiente de lujo, te va a quitar algo que anhelabas con todo tu alma. Supongo que no se puede tener todo. Pero sí es cierto que la mayoría de las bondades del destino se ven a, relativamente, largo plazo. Un destino que no está preestablecido ni escrito con antelación, ahora que tampoco es un destino del que nosotros seamos dueños. Tú no eliges tu destino, aunque tampoco está ya elegido. Es una paradoja bien complicada, pero pienso que el destino tiene una mezcla de ambas teorías: la del destino ya escrito y la del destino que cada uno forma. Es verdad que muchas veces tú eres quien decide qué hacer y eso, no nos engañemos, no estaba ya preestablecido que ocurriese. Sin embargo, otras muchas veces no eres tú el que guía el camino de tu vida, sino que entran en juego las casualidades, las demás personas, tu genética... Esta última es la prueba más fehaciente de que ya hay un futuro marcado, marcado por tus genes, que desde el momento en que naciste, sabían cuánto ibas a medir, qué dolencias crónicas ibas a padecer, cómo evolucionaría tu mente... Por eso nuestro amigo (y a veces enemigo) el destino no es tan concreto como para encerrarlo dentro de una única realidad. Él es etéreo y mágico, por eso vuela y se pasea por todo.

Yendo al grano, mi felicidad puntual de hoy se debe a lo bien que me encuentro en el nuevo ambiente del que ahora formo parte. Y con esto me refiero a que me siento genial en el instituto. No todo el mundo me decía que me fuera a encontrar bien al principio en un sitio nuevo, aunque sí que había mucha gente que me aseguraba que iba a estar perfectamente... Si hubiera sabido que a día de hoy estaría tan contento allí, no hubiera echo una montaña de un grano de arena y mi entrada sobre mi marcha del Leonés - J. M. hubiera sido diferente (porque ahora me parece un poco cursilada. Pero como siempre digo, si era lo que sentía en ese momento, bien está y no tengo por qué arrepentirme de ello. Sí señor). La verdad es que he tenido suerte con mis compañeros, porque son excelentes. Podría decirse que ciertamente me siento como pez en el agua. Un pez jovial en un agua de Magia, un agua que tiene por nombre Juan del Enzina.

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