miércoles, 12 de octubre de 2011

Yacimiento a medias.

Una espina fría como un témpano de hielo, puntual como un blanco en la diana, afilada como la hoja de una espada, aguda como el Do de una soprano y dolorosa como el desamor más desolado. Esa espina atravesó mi corazón de parte a parte, llevándose de por medio a mi alma. Mi alma explosionó y, como varias otras veces, lágrima con sonrisa chocó.

Un sentimiento duro como la roca madre, angustioso como la incertidumbre misma, impotente como el sufrimiento ajeno y certero como la luz del Sol a mediodía. Ese sentimiento triste de frustración me recorrió la espina dorsal para expandirse por mi mente. Mi ser se conmocionó, sintió envidia y sintió miedo. Quiso pertenecer al conjunto de sus sueños.

Una autocrítica necesaria como el agua lo es a las plantas, justa como el peso en una balanza, realista como los artistas decimonónicos y acertada como un halago inocente a buen tiempo. Esa autocrítica plantó un poco de honestidad en mí. Honestidad, humildad y honradez. Tres haches que, muchas veces, faltan en mis sentimientos; tres haches que quiero a todo anteponer.

Fue entonces cuando me di cuenta de que nunca llegaré a significar para las personas lo que quiero significar. Fue entonces cuando me di cuenta de que somos frustrados los humanos y nuestra propia mente no será capaz de cambiarnos. Fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de luchar, la consecución de lo que anhelas es realmente un camino escarpado y con plenitud de obstáculos. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi Magia, por mucho que yo quiera, no es transmitida a los corazones que quiero.

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