miércoles, 5 de octubre de 2011

Recurro a lo neoyorquino.

Estaba predispuesto a momentos de jolgorio, de aceleración del ritmo cardíaco, de una sonrisa de tonto que no podría quitar de mi cara, de olvidarme de todo y vivir lo que realmente quiero. Dependemos tanto de las nuevas tecnologías que a veces, una simple máquina sin sentimientos, puede echar por tierra un plan mental del que tenías las expectativas muy altas. Las golondrinas revoloteaban hoy augurando algo agridulce, con un Sol abrasador impropio del octubre leonés. Ayer se confirmó un presentimiento y un deseo en la misma conversación, donde hablé de una forma que a posteriori no me gustó, igual que no me está gustando esto que estoy escribiendo. La inspiración ha venido apenas unos segundos y se acaba de ir volando, asustada por mi apagada mente... Aún puedo distinguirla volando en el horizonte de un cielo nocturno. Las estrellas tintinean, ajenas a lo que sucede a millones de años luz de ellas, en este pequeño planeta Tierra. Estrellas a las que damos la espalda con la contaminación lumínica, prácticamente son invisibles en la ciudad. Recuerdo mi primera noche en Nueva York y recuerdo cómo me impresionó ver el cielo nocturno neoyorquino: a mis ojos no era la noche que siempre conocí, era un cielo de color cobre, caqui, marrón quizá... difuminado, no era un cielo azul marino casi negro con los puntitos blancos que son las estrellas. Parecía un día oscuro y manchado más que una noche demasiado clara... No era natural, eso estaba claro; pero al final me pareció curioso y casi me gustaba. Hubo tormenta en Nueva York y los relámpagos lucieron diferentes...

Vuelve la gran ciudad a inundar mis pensamientos. Reflexioné sobre ella ya en 13. TRECE, con mi visita reciente. Esa gran ciudad que es muy mágica y nada mágica al mismo tiempo. Nueva York es el resumen del mundo, allí ocurre cualquier historia que puedas imaginarte. Nueva York acoge todas las historias, pese a que todas las historias no sucedan en Nueva York. Una ciudad que a nadie deja indiferente. Es genial y desastrosa, es indescriptible. Sus rascacielos y sus edificios casi de los tiempos de Nueva Ámsterdam. Sin duda es una ciudad a la que quiero volver. Una ciudad también frustrante, porque aunque te pases allí la vida entera jamás llegarás a conocerla del todo. Su cara buena y su cara mala. El estiércol y las flores: Nueva York.

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