Ayer fue uno de los mejores días de estas Navidades. Y eso que acaban de empezar. Ayer fue el Concierto de Navidad del Conservatorio de León y, como este año vuelvo a tener el privilegio de estar en la banda, tocamos. Es verdad que no es tan esplendoroso como el concierto de fin de curso, que es en el Auditorio Ciudad de León, el grandote; este fue en el Ángel Barja, el humilde auditorio del Conservatorio... Pero aun así estuvo lleno de Magia (¡y de gente!). Me sentí realizado (jiji) porque era a favor de Unicef.
Cantó y acompañó al coro con su impecable piano mi genialérrimo mai frién, Miguel que llevaba la voz cantante entre los terceros. Me llenó de nostalgia oírlos cantar, porque el año pasado ahí estaba yo, en el coro, cantando que me encanta... Ahora ya "soy mayor" y no estoy en el coro, aunque la banda no está nada mal (jeje). También tocó otro genialérrimo amigo mío, Sergio, con Amanda y lo hicieron de rechupete. Y luego nos tocó a nosotros: la banda. Dos pianistas en un piano de cola, peleándose con las octavas y disfrutando como siempre de la partitura, del director (un fuera de serie) y de los compañeros músicos. Los Picapiedra, Carmen de Bizet y Piratas del Caribe fue lo que interpretamos ayer. Los aplausos del público hicieron que tocásemos la propina, el conocidísimo villancico Noche de paz en el que el piano tuvo su momento estrella de solista (SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ... Ejem...).
El estilo de esta entrada no es el que me caracteriza en P-êM (o quizá sí y yo hoy no me doy cuenta), pero me da lo mismo. Ayer sentí esa plenitud que tan pocas veces siento y que me encanta sentirla; ayer, rodeado de los mejores amigos que uno jamás pueda tener (tanto intérpretes como público); ayer, un día en el que la Magia de la Navidad (y de la música) no hizo otra cosa que revolotear constantemente el Auditorio Ángel Barja, inundando nuestros corazones de ese espíritu navideño que tanto me encanta y de esa alegría que hace que sonrías sin saber muy bien por qué...
No hay comentarios:
Publicar un comentario