Creo que este ha sido el lapso sin escribir más largo que ha tenido P-êM en toda su historia. Quizá exagere, pero es que he estado más de dos semanas sin escribir este pequeño trozo de mí, y me siento algo culpable. Así que, me disculpo por haber dejado esto vacío (¡Cómo surge mi egocentrismo! Me disculpo como si tuviera algún ferviente lector de mi blog que no pudiera pasar ni un solo día sin leer mis paranoias. Johann, eres un egocéntrico).
Sinceramente estoy con muy poca inspiración ultimamente. Entre Física y Química, Armonía, Matemáticas, Historia de la Música, Filosofía, Piano (que tengo suspenso; jamás pensé que un suspenso en piano podría llegar a afectarme tanto. De hecho tuve una horrible pesadilla en la que soñé que dejaba la música porque me ahogaba y no era capaz de hacer nada bien. Jamás dejaré la música, lo tengo por seguro)... la inspiración se ha ido volando a un mundo más que lejano del que, sé, tardará en volver. Siempre, siempre (pero siempre ¡eh!) me propongo continuar con mis historietas novelescas en vacaciones; y nunca, nunca (pero nunca ¡eh!) lo hago. El destino dentro de poco, como castigo, me hará olvidar todas esas parrafadas y diálogos enteros que aún conservo en los intersticios de mi cerebro...
Pero sí hay una cosa que me ha centelleado, ha explosionado en mi mente y en mi corazón, y se ha hecho oír para que supiera que ahí está, que siempre ha estado aunque no me haya dado cuenta. Y es que, he descubierto lo mucho que me gusta cantar. Pero de verdad. De pequeñajo siempre andaba canturreando todo tipo de canciones (incluso villancicos en agosto... Mis padres se encargan de recordármelo todas y cada una de las Navidades) de artistas y grupos del momento (cómo no, cuando apenas contaba cinco añitos ya me sabía de memoria toditas las canciones de El viaje de Copperpot, mi disco favorito de La Oreja de Van Gogh), de las que aparecían en mis libros de inglés... Todo el día cantando. Y de hace un tiempo para acá me he dado cuenta de que cantar con la música a un volumen envolvente, y sentir cada nota (si es que lo que canto se pueden llamar notas) que sale de mí... me llena. Sobre todo hay ciertas canciones que son para que te sientas bien cantándolas y no tanto escuchándolas, que también. Cometas por el cielo, Cumplir un año menos, Ain't no mountain high enough, Hay un amigo en mí... son algunas de esas canciones que me hacen sentir un poquitín mágico cuando las canto. Pero sin lugar a dudas, la que más mágico me hace sentir hoy por hoy es We are young; no la original, la que versionaron los chicos de Glee (aprovecho para decir también que me encanta esa serie) y el significado especial que ellos le pusieron al introducirla de esa forma tan acertada en la trama... Aquí la dejo, para algún oído curioso que quiera también sentirse mágico, primero escuchándola y luego cantándola:
(P.D.: aprovecho para recomendar MUCHÍSIMO un blog que acaba de abrir sus puertas, y que tiene en su título esa palabra que tanto me gusta repetir en P-êM. Es My world in magic words cuyo propietario no podía ser otro que Miguel, mai fríen, el pianista que comparte conmigo mi piano... Encontraréis líneas escritas con un sentimiento y una sensibilidad muy difíciles de encontrar por la blogosfera, os lo aseguro. Y además, el escritor de esas líneas también adora esta canción de Glee que me hace sentir mágico)
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