lunes, 26 de diciembre de 2011

Lágrimas selectivas...

Tengo unas lágrimas selectivas. Muy selectivas, de hecho. En Navidad te atiborran a películas en todas las cadenas, y como ahora en la 1 no hay anuncios; es un chollo.

Ayer vi Sister Act, la película de la artista que mantiene un noviazgo con el mafioso más mafioso de la zona y que decide denunciarlo al enterarse de que mata a hombres a sangre fría. Como cuando lo acusa a la policía su vida corre peligro, los policías la ocultan en un convento, convirtiéndose en una monja más de él. Allí comienza a adaptar su vida, que era la total antítesis de la que ahora adopta, y consigue dirigir con un éxito celebérrimo el coro de ese convento. Me encanta, me encanta, me encanta y me encanta. Es una película que no puede gustarme más. De hecho, la primera vez que actué en el Auditorio Ciudad de León, un auditorio mágico para mí, fue de la mano de una de las canciones que se cantan en Sister Act, la primera que Mary Clarence (o Delores, según se mire) consigue que el coro de Santa Catalina cante decentemente: Hail Holy Queen, canción que canté con un sentimiento sincero e intentando inundar de Magia al público (bien lo saben las paredes del Ciudad de León). Entonces, de repente, en el momento que la superiora sale en defensa de Delores y que, más tarde, todas las monjas se abrazan, me sorprendí a mí mismo, descubriéndome llorando casi sin quererlo.

También vi antes The Holiday, esa película que SIEMPRE ponen en Navidad, en la que dos chicas, una británica y una estadounidense, se cambian las casas en Navidades para renovar su ambiente y cambiar de aires. Ambas han pasado por situaciones difíciles en sus vidas y, al cambiar de hogar y al habituarse a vivir las fiestas en la otra punta del Globo, consiguen encontrar a alguien que les quiere y les comprende, que les llena y que es capaz de hacerlas felices. También lloré sin querer con esa película (película que he visto 3547653 veces y que, unas lloro y otras no y que jamás me canso de ver, aunque no sea un peliculón) y me encanta esa sensación, la de llorar con una película.

Pero, como decía al principio, mis lágrimas son completamente selectivas. Y van a su puñetero rollo, sin responder a ningún esquema (y eso me gusta, la verdad). Puedo llorar con Sister Act, una película que ni siquiera está hecha para conmocionar a la gente de ese modo; y, sin embargo, con El diario de Noah, una de las películas más tristes y bonitas que he visto, no derramar ni una sola lágrima (aunque tenga un nudo en la garganta de los gordos). Son cosas que no llegaré a comprender nunca, pero que así son. De todos modos, es también curioso porque así nunca sé cuál es la próxima película que me va a hacer llorar, qué momento va a mover de esa forma mis sentimientos...

Se convierte en el más bonito de los juegos, a ver qué película consigue hacerle llorar a Johann Kalinor, a ver qué película consigue hacerle sentir en su interior una Magia que solo puede expresarse mediante lágrimas de emoción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario