Varias veces recordé en este lugar el agridulce sabor de los sueños que se esfuman. Ese hito inalcanzable en tu vida que al fin consigues y que, de pronto, desaparece cualquier ápice de su consecución real en cuanto descubres que has abierto tus ojos. El amargo sobresalto de descubrir que la perfección, el momento del que podrías jurar que era absolutamente real porque hasta incluso recuerdas el aroma, nunca fue más que el juguetón descanso de un cerebro colapsado.
Esta noche viajé al más ideal de los momentos, uno de los más especiales que llevo anhelando mucho tiempo. Viajé sin saber que había viajado, puesto que, mientras transcurría, mi corazón latía a la velocidad del rayo y mi cabeza, agorera, se repetía llena de júbilo <<No puede ser real, pero... ¡Está pasando!>>. Una sensación de alegría y de plenitud me recorría y no me dejaba. Mirar la escena, sentir cada cosa que sentí tan sumamente real no me hizo plantearme por un instante si aquello era o no un sueño, simplemente lo estaba experimentando en mis propias carnes. Veía cada cosa, notaba cada contacto y entendía cada palabra con una claridad meridiana. La belleza de la situación, cada perfecto detalle del contorno de las formas... De verdad que fui el hombre más feliz del mundo, expedía un aura de felicidad que se podía adivinar a kilómetros de distancia. Nunca pensé que mi extrema alegría pudiera ser truncada de aquella forma fría y cruel, pero finalmente fue así... Desperté, de noche, con dolor de cabeza y de garganta, tosiendo. Desperté en un mar de oscuridad espesa y desconcertante. Desperté para darme cuenta de que todo con lo que había estado soñando desde siempre..., no era más que eso, un mero sueño...
No todos son sueños, solo hay que saber abrir bien los ojos, eliminar las sombras y quedarse con lo bueno.
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