Un dinosaurio me recomendó venir a Italia para olvidarme de todo, para dejar en barbecho mi mente durante un buen espacio de tiempo y poder realmente relajarme de todo lo vivido durante el curso. Y aquí estoy, en una villa preciosa en el medio del campo siciliano, disfrutando de la belleza inconmensurable de esta joya del Mediterráneo. Varias ciudades he visitado, me he prometido volver a unas cuantas e incluso me he planteado con quién hacer el próximo viaje a ellas. Ciudades y lugares que me han cautivado totalmente como Siracusa, Noto y Ragusa. Urbes con un encanto más que especial, que me han hechizado como me hechizó Asís, allá por 2008, cuando vine por primera vez al país ítalo.
Y, siguiendo la recomendación del dinosaurio, me estaba olvidando de todo, menos de él, de unas frutas perdidas por la huerta y un par de amigos más. Y cuando estaba todo en calma dentro de mí, así, como de la nada, aterrizó en Agrigento (ciudad realmente horrible, solo se salva el Valle de los Templos, que es una exquisitez para la vista, y que está muy a las afueras) una nave espacial gigantesca, que me cegó totalmente con su luz. Venía de algo más lejos que el espacio universal sideral conocido y traía mensajes, palabras y montones de letras que, aparentemente, no significaban nada. Sin esfuerzo apenas, se fueron ordenando poco a poco hasta formar pedazos de información totalmente claros y directos, que venían hacia mí. Y, si varias veces afirmé que al mundo actual no lo entiendo, ahora se me cayó todo por su propio peso. Digamos que, había enriquecido esa misma nave espacial con millones de alhajas procedentes de los rincones más inhóspitos de la Tierra, había intentado hacer de ella algo parecido a un hogar cálido en el que siempre poder refugiarme, pero pese a ello, la nave espacial nunca había querido albergarme en su seno por más de unos pocos minutos. Tuve mis problemas con ella, hasta que decidí dejar de alimentarla de carburante y combustible como siempre hacía para, al menos, ahorrarme disgustos cada vez que no me dejaba traspasar sus compuertas para cobijarme bajo su techo. Curiosamente, la nave se comportó de maneras totalmente extrañas y casi opuestas, dejándome sin un hálito de entendimiento, hasta que me di cuenta de que me había mareado tanto y me había llevado tantos chascos sin razón alguna, que ya me daba igual que no quisiera tenerme. Había encontrado otras naves diferentes e incluso más ricas y más grandes que sí querían guardarme y yo, tan obsesionado por intentar ganarme la gran nave, las había ignorado sin querer. Decidí entonces preocuparme un poquito más por esas naves espaciales que me ofrecían mundos distintos y no menos acogedores en su interior. Pero, así, de pronto, la gran nave volvió, como os dije, aterrizó a unos kilómetros de Agrigento, en Sicilia, para recriminarme que la había abandonado y que ella estaba siempre dispuesta, que si había hecho algo mal lo había hecho sin querer, y que ella tenía razón porque era muy experta en esos temas, y porque bla bla bla bla... Me quedé tan desesperanzado que no supe ni siquiera qué hacer. Respiré hondo y traté de olvidarme otra vez de todo..., una vez, y otra vez, y una más... Pero no logré hacerlo, todo seguía dándome vueltas en mi cabeza, como un gran torbellino del espacio tiempo que no paraba de remover en mi cabeza lo sucedido con la gran nave espacial. Y claro, son naves espaciales, tampoco pueden hablar como yo estoy relatando, pero yo sí que puedo ver lo que quieren decirme...
Y, estoy más perdido que una aguja en un pajar. No sé qué hacer. No sé por qué el mundo se empeña en darme la espalda una y otra vez, y porque yo le enseñe el culo también, no es posible que dé una a derechas. Pero bueno, será que es mi karma, mi destino, o mi carta de astrolabio personificada, yo qué sé. Y ahora está de moda eso de pasarlo mal en casa y luego mostrar una sonrisa al mundo, de ser un desgraciado y tener los mil males y ser muy positivo y quejarse solo en estados de Tuenti, o en tuits en Twitter, diciendo cosas que conmueven el alma. Pero yo ya me cansé, y no voy a negar que quizá seguí la moda pensando que me venía como anillo al dedo, que lo pasé mal en la época de querer conseguir esa gran nave espacial... Pero ahora no necesito decir que no estoy bien, pero tampoco estoy mal. Solo estoy tremendamente desorientado, ciego y sin lazarillo. No sé si estoy caminando hacia un precipicio infinito o hacia el palacio más bello que jamás se construyó.
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