jueves, 21 de junio de 2012

Puerta al verano.

Vuelve a empezar el verano, como cada año, como cada fin de curso. Vuelve a empezar y, este verano, tengo la sensación de que las mismas vacaciones son una rutina de la que tampoco es fácil salir. No hay clases y siempre harás lo mismo. Pasará un verano igual y parecido. Sin nada especial que recordar, al menos no más especial que lo que pasó el resto de los veranos. Las expectativas que tenemos del verano, de pasárnoslo bien con cierta gente, no siempre se cumplen; es más, casi nunca lo hacen.

Pero este verano va a ser especial. Porque este verano es el último verano que vamos a pasar con todos cerca. Porque este es el último verano antes de empezar a adentrarnos en la vida prelaboral. La universidad apenas está a 365 días ya. Y con la universidad, las separaciones inevitables e inminentes de las que ya he hablado por aquí. Y, aunque sea el último verano así, no aprovecharé el tiempo con la gente a la que no quiero olvidar como lo creeré oportuno, y la gente a la que especialmente quiero no se lo pasará bien conmigo, y tantas cosas que no me apetece reflexionar aquí, porque ya llevo unos cuantos post en P-êM algo pesimistas...

Miremos el lado bueno, el de las pequeñas cosas que solo ocurren en verano. Levantarte por la mañana, a la hora que te diga el cuerpo. Levantarte y verte solo en casa, solo con tu gato que se pondrá mimoso cuando te sientes en el sillón. Desayunar lentamente y sin prisa. Ponerte a inventar mundos paralelos en la soledad y el silencio de tu casa. Ver el Sol que entra por la ventana y su luz y su calor imparables. Salir por la tarde a hacer cualquier cosa, escuchar música que te recuerde tantas cosas. Ver fuegos artificiales entre silencio y ruido. Ir al campo por la noche y ver las estrellas. Ir al cine de vez en cuando, ver alguna película que realmente te apetezca ver. Pasar noches con amigos, charlando en la cama o en vela... Supongo que eso son cosas que solo podemos hacer en verano, un verano rutinario, pero un verano al fin y al cabo.

Y, aunque quizá no tenga mucho que ver con esto, me estoy dando cuenta de que puede que esté empezando a madurar. Sé que ya no me afecta tanto que aburra a ciertas personas, o que no las importe, o que no se preocupen por mí como podrían hacerlo de mirar lo que yo he hecho. Es madurez el ser egoísta sin ser ególatra. Una maduración indeseable, pero son ciertas personas las que me han obligado a madurar así para no morir en el intento.

Ahora vayamos al armario y desempolvemos las gafas de sol, desdoblemos los pantalones cortos y salgamos a que nos bañe la luz del Sol.

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