jueves, 23 de agosto de 2012

Portilla de la Reina.

Ya he vuelto hace cuatro días. Hace cuatro días volví de un pueblo perdido en la montaña de la provincia de León. Y, sinceramente, me fui con bastante pena. Creo que este ha sido uno de los años que más portillano me he sentido, uno de los años en los que Portilla ha estado de verdad en mi corazón. Los años anteriores sí, también me lo pasé bien, pero este año ha sido algo especial.

Desde los locos momentos de siempre bailando con la musicota (porque música, música..., no es) como unos atolondrados a los momentos más serios, por así llamarlos. No solo se escucha castellano en Portilla, ni mucho menos, el francés también se deja oír y mucho. Ha habido momentos mejores y peores, pero la amistad que está ahí es el cemento que une cada ladrillo, y si el cemento falla, la pared se cae.

No sé muy bien cómo definir estas fiestas de San Roque de 2012 y, contra todo pronóstico, no voy a hacer una de esas entradas mías que son kilométricamente largas, con miles de palabras y de símiles y de juegos y de recursos literarios... No. Esta entrada breve, si queréis completarla, debéis preguntarme. Debéis venir a mí y verme, y escucharme hablar de todas y cada una de las personas que conformaron esta semana de agosto en el penúltimo pueblo de la Tierra de la Reina. Debéis de conocerme y ver qué sentimientos alberga mi corazón para cada una de las personas que compartieron conmigo esos días entre calurosos y heladores. Porque este año no lo voy a olvidar, no voy a olvidar a los de siempre haciendo cosas de ahora, ni a los que conocí y que, creo, se están haciendo su propio hueco en mi corazón...

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