viernes, 6 de diciembre de 2013

Dieciocho ya.

Las primeras letras que escribo como mayor de edad. Y por letras me refiero a un texto premeditadamente concebido para serlo, y no pequeñas oraciones de 140 caracteres. Fue ayer, 5 de diciembre de 2013, cuando los dieciocho entraron en mí sin llamar a la puerta, sin avisar... Estar con mi madre paseando por León, llegar a casa y que haya unas personitas especiales con velas y con una gran sorpresa, mirar el reloj y descubrir que ya son más de las 18:30, que ya pasaron dieciocho años desde que un bisturí me abrió la puerta al mundo en una nevada Rioja. Sin más. Silenciosos. Sin hacerse notar. Cautelosos. Sigilosos. Desplazaron a los moribundos diecisiete sin queja y sin nada más. No me paré a pensar, pero miles de sensaciones y sentimientos cruzaron mi cabeza, mi mente, mi corazón... Velocidades vertiginosas, supersónicas, demasiados pensamientos en muy poco tiempo...

No fue emoción lo que sentí, tampoco orgullo ni egoísmo... Pero mi ya adulto espíritu hizo un rápido repaso por algunas de las cosas que habían formado parte de mi vida. Mi cumpleaños siempre ha estado ligado a la Navidad, época que me encandila. Luces, frío, olor a café por la calle, salones de Isabel II engalanados, Calles Mayores, belenes de la diputación, tías con el cotillón listo, comedias de los primos, hogar... Todos los recuerdos que tengo de pequeño, son recuerdos de hogar. Me siento en casa. Y cuando vuelvo a la misma ciudad y paseo las mismas calles y siento el mismo frío y, mágicamente, vuelve a mi nariz el olor a café, siento un ramalazo de nostalgia y de tiempo pasado que no puede evitar entristecerme. Tantas personas, tantos recuerdos, tantos inviernos y tantos veranos... Tantos amores y desamores, y ninguna consecución de los primeros... Tantas palabras, tantas que dejé escritas y otras tantas que se olvidaron para nunca poder ser recuperadas... Tanto sufrimiento, tanta frustración, tanta dificultad para conseguir cosas... Tantas notas, tantos sonidos, tanto esfuerzo frente a un piano... Tantas horas, tanta dedicación, tanto trabajo para poder haber conseguido un asiento en la universidad... Tantos sentimientos que lancé al aire... Algunos de ellos fueron recogidos de igual forma, naciendo amistades tan bonitas que las palabras solo entorpecerían su visión. Amistades que hoy son imprescindibles, que aun siendo adulto trataré de preservar y hacer crecer como mejor pueda. Otros, en cambio, fueron recogidos de una forma inesperada, y también nacieron amistades... Quizá diferentes, un poco ortopédicas, pero fuertes vínculos que agradezco al fin y al cabo. Los últimos, sin embargo, fueron arrojados al suelo. Esos sentimientos que nadie recogió o me creyeron hacer que habían guardado y que ahora están agonizando en un suelo yermo. No crearon enemistades, pero sí grietas y negruras que no se podrán olvidar.

Es extraño ver la inmensidad de cosas que pasan en dieciocho años. Dieciocho años. ¿Qué son dieciocho años? Para el universo, apenas un suspiro. Para una mariposa, una eternidad. Para un humano... Casi un cuarto de su vida. Al madurar uno ya sabe que la vida es finita, y quizá eso le asuste, le dé rabia, le preocupe al ver cómo pasa el tiempo... Dieciocho años. Toda una evolución desde un recién nacido, pasando por un niño en formación, un adolescente listo para la metamorfosis y, finalmente, un joven adulto que mira al futuro porque su yo pasado dejó de existir para siempre. Es raro. Curioso.

Pasarán otros dieciocho años y entonces cumpliré 36. Espero poder realizar otro análisis. Conservar muchas de las amistades cuyas uniones hoy son férreas. Mirar mis años de universidad con nostalgia y con nuevas caras en las fotos del álbum de mi corazón. Tener experiencias, algunas serán malas porque no nos las podemos quitar, pero otras serán inmejorables, que son las que deberemos recordar. Habrá habido cambio, sí, pero ni parecido al que comenzó en 1995 y ha terminado en 2013. Hoy empiezo, porque empecé hace dieciocho años y empezará en otros tantos.

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